jueves, 9 de agosto de 2012

Inconfesable


No muy a menudo la extraño, pero un poco más cuando estoy solo y la siento tan lejos.
Ella era la más bella; cuando la vi no sabía si la llegaría a conocer, y al conocerla no creí que podría sentir algo por mí. Yo empecé a quererla pronto, muy pronto, y lo peor es que ella también me solía querer. Salíamos juntos, yo no sabía entonces que era salir con alguien, no sabía que estábamos saliendo hasta ese día en una acera a la salida del teatro en que amordacé a mi cobardía y le dije que la quería y ella decidió dejarse querer, yo me acerqué y le di un tierno beso en el ojo (mis intenciones apuntaban a sus labios, pero la ecuanimidad y el equilibrio no me acompañaban luego de esa jugada de riesgo).
Luego de eso entendí que solo a ella podría querer y la querría toda la vida, cada día nos veíamos por la mañana, y cada noche nos despedíamos como para un largo viaje, la vida me parecía muy corta para vivirla con ella. Ella entonces me hubiese confiado su vida.
Era de piel muy blanca y cabello negro ensortijado, tenia una cejas delineadas por la naturaleza y unos ojos infinitos, endulzados por una inocencia generosa. Era delgada con formas bien definidas, más aún cuando nuestros encuentros se fueron haciendo más carnales. Ella fue la primera y quien tuvo que soportar el descontrol de mi hormonas de adolescente con invasiones irrespetuosas en cualquier recinto y en cualquier orificio.
Renuncié a ser un ser individual y decidí someterme dócil a la marea de su destino, que por supuesto, no era el mío. Fui quedándome solo. Al principio, las mujeres eran intrusas indeseables en mi vida por real decreto, poco después, el mandato se hizo extensivo a mis amigos, y si no lo contenía, lo haría con mi familia. Ella decidió quedarse sola, y decidió que me quede solo con ella. 
Yo decidí que no.
Una vida de estudiante demasiado larga con una mujer abriéndose a la vida es el prolegómeno del fin de una historia. El agónico fantasma de amor se diluía en una realidad unipersonal de dos personas egoístas.
El sexo descontrolado y el romanticismo mezquino horadó a fondo y empezaron la heridas. Yo asesté el primer golpe, pero ella dio el golpe final, devastador. Nunca habría de recuperarme de eso, ni el en flojo intento de conciliación, no tras un año de profunda depresión soñando con ella cada noche (literalmente); dejó mi mente al borde del desquicio y mi vida académica en una estéril mediocridad. 
El reencuentro fue absurdo, un mustio intento de avivar unas brazas que solo las sostenían los musgos secos y hediondos de los malos recuerdos. Rencor.
Otra mujer a la que no amaría nunca me ayudó a alejarme de esta a la que solo amaría mal. Esta vez sin remordimientos, absolutamente convencido en su capacidad superior de olvidar y recomponer su vida.

Luego de muchos años, cada muchos meses vuelvo a soñar con ella, y a veces la quiero con una ternura de la cual yo no soy capaz concientmente. Y honestamente, tengo muy pocos deseos de despertar.

By Banco de esperma